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07/05/2014 Área Jurídica
Por Fernando Martín Flores
Asesor académico de la Carrera Tecnicatura Superior en Gestión Inmobiliaria
Hagamos una pausa. Pensemos. Escuchemos. Dialoguemos…
En una época en donde todo se mide bajo el ritmo de la celeridad de los negocios, la rentabilidad y demás patrones que dominan hoy en día las relaciones, sean éstas familiares, civiles, laborales o económicas, aparecen continuamente muestras de violencia. Por eso, cuán importante sería hacer de la palabra un instrumento que ayude a encontrarnos como personas y así poder hallar coincidencias que nos permitan superar los grados de conflictividad.
Ya sea en la familia, en el trabajo, en el estudio, con el grupo de pares, en actividades deportivas, entre otras, venimos estando signados por la violencia, que se manifiesta de diferentes maneras, pero siempre dejando una huella imborrable de desesperanza, miedo, temor, aislamiento y soledad.
Violencia doméstica, pero también laboral y económica en ese juego diabólico entre fuertes y débiles que hace las veces de eje del tráfico mercantil, son muestras de que algo no anda para nada bien. Todo desencuentro es coronado por un hecho violento. No escuchamos, menos hablamos. ¿Y si intentamos solucionar nuestros conflictos a partir de la palabra y del diálogo? ¿Es descabellado o ingenuo pensar que ello es posible?
No debemos abdicar ni sucumbir ante la violencia; ésta debe ser erradicada con premura y para lograrlo debemos recuperar nuestras mejores herramientas: la confianza, la solidaridad, el respeto, la palabra. Sólo ésta tiene ese enorme privilegio de unirnos, de acercarnos, de permitirnos conocer mutuamente.
Como futuros profesionales no podemos capitular; es tiempo de emerger y recobrar el uso de la palabra como instrumento de vida, como la base de nuestra vida de relación.