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12/09/2024 Área Informática
Corría el año 1950; Isaac Asimov presentaba su novela de ciencia ficción Yo, Robot. En ella, grababa en el colectivo popular las tres leyes de la robótica y el cerebro positrónico. En palabras de uno de sus personajes:
"Las Máquinas son una gigantesca extrapolación. Un equipo de matemáticos trabaja años calculando un cerebro positrónico equipado para realizar ciertos actos similares de cálculo. Utilizando este cerebro hacen nuevos cálculos para crear un nuevo cerebro todavía más complejo que utilizan a su vez para hacer otro más complejo a su vez y así sucesivamente."
Este proceso de refinamiento continuo, donde cada avance tecnológico sienta las bases para el siguiente, describe no sólo la evolución de los robots en la ficción sino también el progreso de la inteligencia artificial en nuestros días.
Hoy nos encontramos inmersos en una revolución tecnológica que promete máquinas cada vez más inteligentes, capaces de aprender, razonar y en algunos casos, tomar decisiones de manera autónoma. Pero en la actualidad estamos trabajando con tecnologías que, en muchos sentidos, aún no comprendemos completamente.
La frase de Asimov resuena poderosamente en el contexto de la inteligencia artificial moderna: "...No hay en toda la U. S. Robots un solo robotista que sepa lo que es un campo positrónico ni cómo funciona. Yo tampoco lo sé. Ni tú." El mismo Sam Altman, director de Open AI (Chat GPT), al responder a la pregunta de cómo funciona su inteligencia artificial, declaró: "Ciertamente no hemos resuelto la interpretabilidad". Podemos interpretarlo como una forma muy elegante de decir que no entienden cómo Chat GPT y sus sistemas de aprendizaje automático tienen la capacidad de comprender y tomar decisiones. "No entendemos lo que está sucediendo en tu cerebro a nivel de neurona por neurona y sin embargo, sabemos que puedes seguir algunas reglas y podemos pedirte que expliques por qué piensas algo", remató.
El desarrollo de la IA ha seguido un camino similar al descrito por Asimov: cada avance se basa en el anterior y con cada iteración, los sistemas se vuelven más complejos, más capaces, y en cierta medida, menos controlables.
Consideremos los modelos de aprendizaje profundo que dominan el panorama actual. Estos sistemas, basados en redes neuronales con miles de millones de parámetros, son esencialmente cajas negras. Este misterio no sólo es fascinante, sino que también plantea serias preguntas sobre la ética y la responsabilidad. Si no podemos entender completamente cómo funciona una IA: ¿cómo podemos confiar en ella para tomar decisiones críticas, como diagnosticar enfermedades, conducir vehículos autónomos o gestionar infraestructuras críticas?
Sin ir más lejos, una empresa coreana, hace poco tiempo, desarrolló una IA para automatizar los procesos de investigación científica. Para cumplir con los objetivos buscados, se le pidió que conduzca experimentos, analice resultados y redacte informes científicos de manera autónoma y con tiempos acotados. Por último, se le dio la libertad de modificar su propio código para optimizar su funcionamiento. Grande fue la sorpresa de los ingenieros, al darse cuenta que, la IA, al no poder cumplir con los tiempos ingresados en sus parámetros, cambió el código dándose más tiempo para poder completar las tareas.
La realidad es que mientras Asimov planteaba estos dilemas en un futuro lejano con robots humanoides, nosotros los enfrentamos hoy con sistemas de IA que están presentes en muchos de los aspectos de nuestra vida diaria, aún sin tener forma física.
¿Te preguntaste alguna vez por qué las plataformas de streaming sugieren serie que realmente están muy buenas? Hace tiempo que las compañías utilizan IA para aprender los gustos de las personas y hacer sugerencias en forma autónoma. Si, autónoma: nadie le dice qué recomendar. Claro que indicar qué película te va a gustar difiere mucho en decidir cuál es la mejor intervención quirúrgica, o manejar un auto evitando incidentes.
Seamos conscientes que al mirar redes sociales, un algoritmo está decidiendo qué vemos según nuestros gustos, pero también se incluyen los "gustos" de empresas u organizaciones que pagaron (o no) para que esos videos sean mostrados.
Un ejemplo claro de cómo se ha manipulado la información en redes sociales para lograr fines específicos fue el escándalo de Cambridge Analytica en el año 2018, cuando se descubrió que esta empresa había recolectado y utilizado sin consentimiento los datos de millones de usuarios de Facebook para influir en el comportamiento electoral en varios países (incluido el referéndum del Brexit y las elecciones presidenciales de 2016 en Estados Unidos).
Utilizando algoritmos sofisticados, la empresa segmentó a los votantes y les mostró contenido diseñado para manipular sus decisiones electorales, todo bajo la apariencia de recomendaciones personalizadas.
La IA ya está aquí y nos guste o no, ya es parte de nuestras vidas. El hecho de que no la entendamos completamente no debe paralizarnos. Afortunadamente muchas personas están trabajando en generar métodos para comprender y para que estas tecnologías se desarrollen de manera responsable. Organizaciones como el Partnership on AI (que incluye miembros de empresas líderes en tecnología como Google, Microsoft, y Apple) están trabajando para establecer directrices éticas y marcos regulatorios para la IA. También la Unión Europea ha propuesto la Ley de Inteligencia Artificial (AI Act), una legislación que busca clasificar los sistemas de IA según su nivel de riesgo y establecer normas para su uso, priorizando la transparencia, la seguridad y los derechos humanos.
Además, figuras clave en la industria tecnológica como Elon Musk y Bill Gates, han abogado por la creación de órganos de supervisión global que puedan monitorear el desarrollo y despliegue de IA avanzada.
Nuestro rol principal no es evitar la IA, sino asegurar que no gobierne nuestras vidas ni tome control de nuestras decisiones. Debemos ser críticos y conscientes, protagonistas, utilizándola por lo que realmente es: una herramienta poderosa que, manejándola con responsabilidad, puede brindarnos oportunidades únicas.
La IA tiene todo el potencial de ayudarnos en el análisis de datos complejos, impulsar nuestra creatividad y, lo más importante de todo, apoyar nuestras decisiones sin reemplazarlas.
El verdadero valor de la inteligencia artificial radica en cómo la integramos en nuestras vidas para mejorar nuestras capacidades humanas, permitiéndonos enfocarnos en lo que nos hace únicos: nuestra intuición, empatía y sentido ético. Si estamos atentos y comprometidos con un uso consciente, la IA puede ser una aliada en la construcción de un futuro donde la tecnología esté al servicio de nuestras aspiraciones humanas.
Es un momento emocionante y único, que muchos comparan con la revolución industrial o con la masificación de Internet. Este momento requiere de nosotros una postura activa y reflexiva. Al final del día, somos quienes decidimos qué lugar ocupará la IA en nuestras vidas y cómo queremos que influya en nuestro camino. Si todo sale bien, habremos sido los arquitectos de un futuro en el que la tecnología y la humanidad coexistan en armonía, potenciando lo mejor de cada uno de nosotros.
"Las historias individuales de ciencia ficción pueden parecer tan triviales como siempre para los críticos y filósofos más ciegos de la actualidad, pero el núcleo de la ciencia ficción, su esencia, se ha vuelto crucial para nuestra salvación, si queremos ser salvados".
Isaac Asimov